Fue un 28 de diciembre de 1895 cuando en el Grand Café de Paris unas 30 personas asistían a la primera proyección para el público. El invento de los hermanos Lumière asombro y dejó boquiabiertos a los presentes. Unos años más tarde, en 1914, comenzaría la llamada Gran Guerra, millones de muertos y cientos de miles de mutilados, muchos de ellos con sus pechos cargados de medallas sobrevivirían mendigando por las calles de Europa, en Francia se les conocía como ‘gueules cassées’ (caras rotas).
Si bien este conflicto bélico no ha sido tan explotado cinematográficamente como la II Guerra Mundial es cierto que abundan grandes e inolvidables películas. A decir verdad, tenia mis dudas sobre este proyecto de Sam Mendes, especialmente por la forma en que había sido filmada, eso de un único (varios en realidad…) plano secuencia no me convencía demasiado. Creo que estamos ante una obra que marca un antes y un después, jamás había visto algo similar. El virtuosismo técnico es tal que no hay similares con los que compararse. La historia me atrapo desde el primer fotograma y sus dos horas se me hicieron cortas. Sería exagerado (y de hecho lo es…) comparar mi asombro con quienes se acercaron al 14 del boulevard des Capucines, pero de una cosa estoy seguro, he presenciado otra forma de filmar una historia, ni mejor ni peor, diferente, pero eso sí, hay que ser muy bueno para planificar y llevar a cabo una empresa semejante. Posiblemente a Mendes le salgan imitadores.
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